Top 7 (ni 5 ni 10) de mis libros favoritos de viajes

Al revisar “literatura de viajes”, aparecen una centena de autores de siglos que ni recordaba existían, unos con toque humorístico, otros, con magnas obras que te llevan a imaginar cada palabra escrita por ellos, tal como pasa con las novelas de Robert Louis Stevenson (La isla del tesoro), Herman Melville (Moby Dick), Ernest Hemingway (El viejo y el mar e Islas a la deriva) y Ted Simon (Los viajes de Júpiter).

¿De dónde nace mi gusto por la lectura? Esto se lo debo a mi madre, pues cada vez que llegaba el tiempo de revisión de notas en el colegio y aparecía con un hermoso informe de altas calificaciones, el premio a mi esfuerzo académico era una obra literaria, ya fuera una novela, cuento, libro de fábulas o cualquier escrito que aportara conocimiento y entretenimiento a la vez, así entonces, en mis manos pasaron grandes libros de la literatura infantil (y no tanto).

Un día de esos que suelo tener, tumbada en mi lecho, pensé en aquellas obras que me llevaron a explorar culturas y puntos geográficos del planeta, unas sin ni siquiera haber armado mi mochila ni haber pisado un aeropuerto, otras que encontré gracias a los éxodos vividos. Para poder experimentarlos bien tan solo necesité de mi mente abierta, encender los motores de mi ficción y acomodarme en mi cama, lo demás lo hicieron estos grandes artistas.

He aquí la lista de aquellos que han marcado mi gusto literario viajero:

  1. Los viajes de Marco Polo de Marco Polo y Rustichello de Pisa

Podría decir que fue el génesis de todo esto, todavía siento su olor, era color caramelo con letras azul oscuro, pequeño, con un mapa ubicado en la guarda interior, que enseñaba la ruta realizada por Polo desde Italia hacia el Medio Oriente y Asia, imitando la Ruta de la seda; esa pieza cartográfica fue la que cautivó mi atención, pues mamá sabía perfectamente que amo los mapas y las rutas, así que fue ad hoc para ese momento; al leerlo, sentí que era una guía cultural y para comerciantes, una especie de manual de relaciones públicas, pero fascinante ¿lo has leído?

2. Guía para viajeros inocentes de Mark Twain

Tal vez por ser quien lo escribió y dio vida a uno de mis libros favoritos de la niñez, pero este autor con este compendio viajero, donde narra lo que fue la primera excursión de turismo moderno del momento a Francia, Italia, Grecia, Tierra Santa y Egipto, me mostró la representación de un estadounidense decidido a enfrentar su pasado y sus raíces, con humor y sarcasmo, y convirtiendo lo que algunos podrían creer es una guía de turismo, en una completa novela de viajes, llena de peripecias y anécdotas que lo llevaron a escribir varias de sus célebres frases de viajes. Al hacer este artículo, estuve buscando diferentes puntos de vista sobre la obra y me encontré con una perspectiva que me encantó, la de https://luistormo.com/  (los invito a visitarla y aprender más sobre cine, cultura y turismo).

3. La vuelta al mundo en ochenta días de Julio Verne.

¡Infaltable!, no sé ustedes, pero yo soñaba con ser la versión femenina de Phileas Fogg y haberme embarcado en ese viaje alrededor del mundo, pues este, a diferencia de Marco Polo, sí vino a América (aunque solo el Norte), pero curiosamente ambos visitan el exótico país de la India, lo que desde entonces me hizo una abierta invitación a conocer ese país, tal vez usando como guía estos dos compendios, claro, con tecnología y nuevas formas de transporte, y por supuesto,  anécdotas o peripecias , pues todo en mis viajes termina con una buena historia por contar, ¿te atreverías a realizar la aventura?

Con estos tres primeros libros, quería salir a explorar el mundo, soñaba con convertirme en marinera y zarpar con el capitán a descubrir nuevos lugares; estoy segura que con ellos también nació mi pasión por la historia, la cultura y la arqueología, pues a raíz de esas interesantes lecturas, el mundo empezó a quedarse pequeño ante mi cerebro, además de sumarle una increíble imaginación que magnificaba cada palabra descrita en los libros; lo que ellos describían como hermoso para mi era extraordinario, lo inconveniente, era catastrófico ¿sería la edad? O tal vez fue el abrebocas de lo que haría más adelante, no lo sé, solo recuerdo el disfrute total de estas magníficas obras de la literatura viajera.

Hasta este punto, cada uno de los libros que les he dicho son de años antes de yo nacer, que, cuando llegaron a mis manos, se convirtieron en guías de vida aventurera, y que me abrieron mucho más el panorama de la realidad de viajar en épocas donde las cosas aún eran limitadas o precarias. Ahora sigo con mi lista, pero esta vez, son libros que he leído en mi etapa como mujer adulta, por lo tanto, la perspectiva es muy diferente, aunque la imaginación sigue intacta.

4. La aventura de viajar de Javier Reverte.

Podría decirse que soy la versión femenina de este autor, quien decidió compilar en este libro, sus aventuras vividas en varios puntos del planeta, desde que era un niño, hasta llegar a la profesión de corresponsal, donde, gracias a ello, algunos de sus viajes resultaron bastante extraños y con sucesos extraordinarios. Cuando empecé la lectura y entendí que no era la única a la que le pasaban increíbles cosas en las aventuras viajeras, se enlistó en el top de mis favoritos. Con Reverte aprendes de o recuerdas algo de historia y geografía, pero contado en un lenguaje tan amigable que te dan ganas de armar valija y salir a explorar.

5. Eat, Pray, Love: One Woman’s Search for Everything Across Italy, India and Indonesia (Come, reza, ama) de Elizabeth Gilbert

Y empiezo exponiendo que, aunque no me he casado, mucho menos he vivido un divorcio, sí tuve una ruptura de una relación que marcó mi vida y el camino a realizar un viaje cuasi parecido a lo que Gilbert hizo, solo que mi ruta y mi objetivo fue totalmente diferente. Tal vez el que este libro llegara a mis manos en ese momento decisivo, me dio el empuje a tomar más riesgo de aventura y dejar los miedos en casa, salir y darme cuenta que allá afuera está realmente ese ser que complementa lo faltante: el amor de pareja. El camino hacia la espiritualidad aún lo llevo, es largo pero satisfactorio, la comida siempre ha estado presente en mi vida, no me privo de este placer tan natural como respirar y cada bocado va a mi cuerpo como un ritual de agradecimiento por todo aquello que podemos oler, probar, saborear.

6. Archipiélago: tierra del fuego de Ricardo Rojas.

¿Habían escuchado alguna vez de este libro?, hasta antes de pisar tierras fueguinas era ignorante del mismo, una vez que llegué a Ushuaia y fui a una de las tiendas de recuerdos que tienen en la ciudad, encontré esta obra del poeta tucumano Ricardo Rojas, exiliado como preso político en el famosísimo Presidio del Fin del mundo de la capital fueguina, en el año 1934. Para distraerse del cautiverio, decidió escribir un diario en el que relata cada una de las vivencias del lugar donde se encontraba, sus letras son de 1934 pero su legado está intacto, pues cada vez que leía una página que describía el clima, las costumbres o cualquier evento de la provincia, era exactamente lo que estaba viviendo en mi visita a este bello lugar de la Argentina; desde ese instante fue uno de mis libros favoritos y lo conservo como un hermoso recuerdo de mi viaje al extremo sur del continente americano.

7. The Year of Living Danishly: Uncovering the Secrets of the World’s Happiest Country (El año de vivir danesamente) de Hellen Rusell.

Londinense, periodista de profesión, casada con un danés y recién llegada al país del Hygge, esta escritora relata mes a mes cómo es la cultura danesa, por supuesto, desde su punto de vista. He aquí el abrebocas de lo que decidí hacer una vez terminara el COVID y todo el asunto de pandemias en el mundo: me mudaría a vivir a Dinamarca.

Esta obra llegó a mis manos como un mensaje del Divino (por así decirlo), y cuenta con 12 meses, cada uno expone un título que, no hace referencia exactamente a lo que acontece en el mes (aunque algunos apartes sí coinciden), pero te muestra en resumen y en 351 páginas, por qué los daneses son felices, qué es vivir y pagar impuestos en Dinamarca y cómo es de fácil adaptarse a sus costumbres, solo necesitas una cosa: mente abierta y entender que no es tu país, estás en otro totalmente fundado, creado y desarrollado por mentes y ancestros que ni siquiera llegaron a conocer los tuyos, por lo tanto, disfruta y vive la magia de sentirte “danesamente”.

Con estas siete maravillas literarias, les dejo la inquietud del día: ¿Qué textos te llevaron a viajar?, ¿Cuál me recomendarías?, escríbeme en los comentarios, estaré feliz leyéndote.

“Cineclub” y la educación de mi padre.

Para WARCO,

“No hay escuela igual que un hogar decente y no hay maestro igual a un padre virtuoso” (Mahatma Gandhi)

Pandemia COVID-19, exactamente en el mes de agosto del 2020, era el “mesario” del lanzamiento de mi primer libro publicado “EE.UU. de película” Parte I. Mi padre, un hombre jubilado del magisterio, sacó de su gaveta algo que lucía negro y cuadrado, estiró el brazo y me lo entregó «creo que esto lo vas a entender mejor que yo»; abrí mis ojos en señal de asombro pues no sabía lo que me estaba concediendo, así que lo tomé con ambas manos y leí lo que decía la parte frontal: «Cineclub»; fruncí el ceño.

—Y esto, ¿qué es?

—Algo que compré unos años atrás, pero que jamás entendí y que tenía allí guardado «porque en cualquier momento le podría servir a alguien»— esa patentada frase de los padres, excusa para guardar cosas.

Aún no entendía lo que pasaba, hasta que, en lugar de mirar, decidí observar con detenimiento cada detalle de lo entregado.

«David Gilmour; CINECLUB», al título lo acompañaba un gigante rectángulo blanco y el bosquejo de dos personas de espaldas, sentadas en lo que podría ser un sofá «¡Ah carajo!, ahora lo entiendo: eso simula una pantalla grande!», casi me quiebro la testa tratando de entenderlo.

Mas abajito «UN PADRE, SU HIJO Y UNA EDUCACIÓN NADA CONVENCIONAL», «¿qué pretenderá papá? ¿A mis casi 40 años le faltó algo por enseñarme?» mi mente rápida y desesperada seguía sin comprenderlo.

Mi padre es de esos hombres cuasi-setenteros, ferviente lector sin importar el género; su híbrida biblioteca contenía desde recetarios internacionales, pasando por libros sobre la psiquis humana hasta llegar a una colección de galardonados literatos universales, entre esos, estaba este libro.

Por los alrededores, sus hojas con pecas color café definían antigüedad, lo que produjo una agradable sensación gracias a mi bibliosmia, por inercia, lo hojeé rápidamente, así el olor salía como brisa fresca en las mañanas, no me importaron cuántos ácaros se impregnaron en mis vellos nasales, fui feliz.

La solapa anterior describe al autor mientras la posterior presenta una “sinopsis” del contenido; abrí la dedicatoria, o como actualmente le llaman: el “wink”: «Para Patrick Crean, motivo de indagación», me dije mientras continuaba a la siguiente página, la que exponía una frase de Michel de Montaigne «¿y ese quién es?».

Empecé a leerlo, interpretarlo, comprenderlo entre cada punto y coma que el autor relató y entonces percibí lo que mi papá quería decirme: mi cinefilia sin límites estaba casi contenida en las 300 páginas de este manual de instrucciones muy bien definido para adolescentes ―aunque insisto, ya casi llego a los 40. En términos generales, esta obra muestra cómo un padre desesperado por ver a su hijo adolescente que casi ha perdido el sentido a la vida, decide educarlo desde casa con una única condición: ver tres películas por día con un introito muy de director de cine y un final con reflexión tipo Freud.

Mi papá ama las películas, pero agradezco a mi madre que por los años noventa decidió crecer profesionalmente, dejándome bajo el cuidado de un instructor que, según el individuo, puede ser bueno o malo: el televisor; con tan solo 12 años y la mente fresquita para absorber cuanta información se me atravesara, empecé a ver clásicos de la pantalla grande, todos hollywoodenses, algunas veces mi padre contribuía llevándome al cine y no precisamente para ver los clásicos de Disney, no, no, no, más bien era disfrutar de toda la función bélica y sanguinaria interpretada por grandes como Bruce Willis, Al Paccino, Robert De Niro, Denzel Washington, Silvester Stalone, entre otros; otras veces las alquilaba para verlas en casa y esas sí que fomentaban mi gusto por el suspenso y el terror.

Al crecer, la cinefilia se fue refinando con el paso de los años, gracias a la lectura de la revista “Gaceta” ―un magazín dominical regional―, que anunciaba el arte hecho cine de clásicos de la literatura universal o de grandes guionistas y directores como Woody Allen, y entonces, ya con la mente más abierta y las ganas de devorar el mundo, vi tanta cinta cinematográfica como me fue posible, unas muy de premio Oscar, otras tan absurdas que me hicieron decir «¡Devuélvanme el dinero!».

Pero mi eureka fue este libro que papá me dio; he allí que todo lo vislumbré mucho mejor de lo que pensaba, que yo también me eduqué a través de la pantalla grande con clásicos como Scarface, The Shining, The Stepfather, The Godfather, Psycho, The Exorcist, y aunque suenan a títulos de terror y acción, cada uno me dejó enseñanzas sobre la psicología del ser humano y hasta dónde es capaz de llegar impulsado por un sentimiento de venganza, fobia, sobrevivencia, orgullo, poder o creencia.

Entendí que mi padre, al igual que David Gilmour, quería recordarme que esas películas que hemos visto juntos durante 32 años de vida —pues no puedo contar los que no recuerdo—, fue el refuerzo de la educación que ellos me dieron y que me ayudaron a comprender el mundo aun sin haberlo viajado.

Por eso, quiero darte las gracias a mi papá, por ser ese maestro de vida y ese apoyo constante en mis ideas y proyectos, aunque también sé las canas verdes que le he sacado, siempre será con quien comparta mis anhelos y mis temores, con quien disfrutaré cada película que veamos, ya sea en el cinema o en casa, a través de plataformas o en internet, siempre compartiremos esa cinefilia y es lindo que sea con él, mi progenitor.

Te amo por siempre, WARCO.

P.S.: No supe quién es Patrick Crean, solo sé que se trata de una edición, pero sí averigüé quién fue Michel de Montaigne, y claro, su frase tiene sentido, más si viene de un filósofo como él.