Memento mori

Morena, de unos treinta y tantos años, 1,59 de estatura, cuerpo mesomorfo, cabello castaño oscuro y rizado como la vid de melón, ojos grandes y expresivos, escondidos detrás de unos lentes con antirreflejo y filtro UV para protegerlos del deterioro de la vida diaria; sí, soy yo.

Ya son las 17 horas y le doy el último abrazo a mi padre antes de ingresar al paredón de extranjeros, más famosamente conocido como Migración. Paso el engorroso proceso, igual que el culpable que será ejecutado en esa barrera grande e infinita; estoy en la sala, lo que significa que el fusilamiento fue todo un éxito y logré salir victoriosa de mi ejecución migratoria.

Una señorita, muy joven —no me estoy creyendo anciana—, perfectamente arreglada como chaperona en reinado comunal, hace el llamado para ingresar al avión, como se trata de un vuelo de corto alcance, supongo nos enviarán en un Airbus 319.

—Pasajeros del vuelo AV 149 con destino a la ciudad de Lima, damos inicio al abordaje — notifica la auxiliar de la aerolínea por una bocina casi ronca de tantos anuncios efectuados durante su vida útil—. Iniciaremos con pasajeros de nuestro programa frecuente, personas viajando en clase ejecutiva, personas con niños o que requieran de una atención especial.

No recordaba cuál era el número que me correspondía, así que, desbloqueo el celular y chequeo en el wallet para estar segura y no hacer la fila antes de tiempo, al final, todos los que estamos en esa sala, entraremos en ese monstruo metálico del aire.

Uno a uno como borreguito enfilado, van ascendiendo al avión; amablemente te saluda la tripulación a la vez que por bocinas piden que los pasajeros se ubiquen lo más pronto en las sillas asignadas en su pase de abordar. Finalmente llegué a mi puesto; subo el equipaje, saco los audífonos, libreta y bolígrafo pues siempre surge alguna idea en pleno vuelo, y así como los cuchillos son al chef, para un amateur escritor como yo, el bolígrafo y su cuaderno son el lienzo perfecto de inspiración. Me instalo rápidamente en la silla, leo el folleto de seguridad del avión, ubico las salidas de emergencia y quedo lista para disfrutar de las 3 espectaculares horas de vuelo y entretenimiento a bordo del avión.

***

Siempre he disfrutado tomar vuelos eligiendo la ventana para contemplar el paisaje y grabar en mi memoria lo que solo estos ojos podrían ver por única vez; también disfruto ver alguna película. En este vuelo, le toca el turno al protagonista Will Smith, voy a darles pistas: es del año 2016, trata de tres aspectos fundamentales de la vida y aparecen grandes celebridades hollywoodenses como Helen Mirren, Edward Norton y Keira Knightley; si con estas tres pistas aún no lo descifras, te contaré un poco de qué se trata y por qué viene al caso en este mi escrito.

 Muchas personas en la vida buscan hacer el duelo por alguna pérdida de diferentes maneras, algunos se alejan, otros se refugian en alguna secta religiosa o grupo de apoyo, otros cuantos ven en lo superfluo la escapatoria al dolor que llevan dentro, para Howard ―personaje interpretado por Smith― la pérdida más grande de su vida es asumida con rabia y rencor, tanto que olvidó lo valioso del tiempo y lo importante que es amar, pues cuando aparece la muerte, no tienes ni un solo instante de hacer todo aquello que dejaste pendiente por X o Y motivo, he aquí que al final del filme, Brigitte ―personaje interpretado por Mirren―, hace una sugerencia clave en el momento que la pareja de Howard sabe que no volverá a ver a su hija; la respuesta es mucho más impactante y reveladora: “solo encárgate de admirar la belleza inesperada”.

¿Cuántas veces olvidamos lo que realmente nos enamoró de una persona, lo que queríamos ser de chicos cuando grandes, lo que nos llenaba de felicidad y disfrutábamos al máximo?, ¿en qué momento de la vida todo se volvió cuadriculado y responsabilidades, dejando a un lado lo realmente importante?; una de las frases de la cinta que hasta la actualidad siguen carcomiendo mi cabeza, dice:

“todo lo que codiciamos, todo lo que tememos no tener, todo aquello que acabamos comprando, es porque todos nosotros anhelamos amor, deseamos tener más tiempo y tememos a la muerte” ¿Qué piensas tú?.

Fire Island

Eran las 7 de la mañana, los Backstreet Boys animaban mi despertar; me quedé un instante en la litera recordando dónde estaba y sonreí, aunque algo incomodaba mi mente, no sé, tal vez tuve un mal sueño pero no lograba recordarlo, «siento que algo va a pasar, ¿qué será?». Despacio y sin hacer ruido, pues las demás chicas del aposento aún dormían su agitada noche de fiesta, me alisté para empezar jornada, y como quien no quiere perder el tiempo, después de tomar un ligero desayuno —café con pan— fui a la estación de trenes Pennsylvania para llegar a mi primera parada del trayecto.

Estaba decidida a conocer aquel lugar donde Joy —What Happens in Vegas— encontraba su lugar feliz, más aún porque las torres localizadas en la punta de alguna isla, barranco o en medio del mar, cuya única función es ser guía, como un lucero iluminando cada noche las oscuras aguas del océano, son de mis favoritas.

Hallarlo no fue tarea fácil, pues cada vez que consultaba en internet por el lugar, siempre me referenciaban otros escenarios, como los que aparecen en Half Light y The Ring; no me di por vencida, la terquedad y pasión por hallarlo fueron el motor de búsqueda. Finalmente lo encontré: debía dirigirme a la pequeña isla Fire en el estado de Long Island. ¿Cómo llegaba?: tomando el tren hasta Bay Shore, descender en esa estación, ir a la taquilla de ferri del lugar, abordarlo, cruzar un canal y una vez en la isla, caminar unos 500 metros hasta topar de frente con el objetivo. «¡Qué fácil!».

Y así lo hice, o bueno, casi exacto como lo pensaba: abordé el tren, me senté plácidamente en la silla y contemplé el paisaje por la ventana, eso marcó el inicio de mi ruta. El recorrido fue amenizado por el pianista Ludovico Einaudi, a quien escuchaba en mi reproductor de música. Sublime banda sonora que acompañó mi camino, comenzando con su composición titulada Primavera; cada nota del piano creaba una grandiosa sinfonía al compás del roce de las ruedas del tren.

Tan absorta estaba que no escuché el anuncio de las bocinas y seguí de largo, llegando hasta un poblado llamado Sayville. «¡Jadranka, te pasaste…!». De inmediato, y antes de que el tren iniciara nuevamente marcha con rumbo a no sé dónde, guardé el reproductor en mi bolsillo, descendí del coche y salí del lugar para pedir nuevas indicaciones. A cada persona que le preguntaba por mi destino aventurero me decía que debía contratar un taxi acuático; «esto saldrá caro».

Con el objetivo de encontrar el servicio de transporte, caminé por el muelle que bordea la costa del poblado, preguntando a cada uno de los establecimientos que allí se encontraban si me permitían usar su teléfono. Por supuesto que la gran mayoría no me vio con buena cara, incluso algunos me ignoraron, pensé que esto era una mofada malvada del destino, quería regresarme, pero mi meta podía más que los obstáculos, «entraré a este y, si me dice que no, me regreso a la ciudad».

—Hola, buen día.

—Hola, bienvenida, ¿Qué necesitas? —Un apuesto hombre, de unos veintitantos cuasi treinta como yo, de cabello negro, blanco y unos ojos claros que resaltaban sobre toda su presencia fue quien me dio la bienvenida al lugar.

—Sí, bueno, no requiero nada de su tienda, por cierto, muy bonita —«Jadranka, enfócate»—, más bien es un favor… Estoy perdida y necesito llegar acá —le mostraba en el mapa—, pero me dicen que debo tomar un taxi acuático, el problema es —suspiré—, que no tengo teléfono para hacerlo.

El chico sonrió. Pensé que estaba ante un ángel, puedo jurar que vi su aureola; sacó el móvil de su bolsillo y me lo pasó.

—Toma, llámalo.

—Sí, es usted muy amable, pero no tengo ni mínima idea de cómo hacerlo o a quién llamar. —Él volvió a sonreír—. ¿Será mucho pedir si usted me hace el favor de pedirlo?

—Claro que sí. —Marcó un número en su teléfono y lo puso en altavoz, de inmediato contestaron, el chico les habló para pedir el servicio—. Me piden tu nombre…

—Jadranka.

Él siguió hablando y después colgó.

—Dice que llega en media hora, ¿tienes prisa?

—No, estoy de vacaciones así que… tiempo es lo que tengo. —Una tímida sonrisa salió de mis labios.

—Vale, ¿quieres mirar algo mientras tanto? —Me guiñó el ojo; quería decirle «Sí, a ti», pero no, solo le dije que muchas gracias y que esperaría afuera. Me despedí del cuasi modelo americano y, como novia de pueblo, salí a sentarme en la orilla del muelle para esperar el transporte.

Casi treinta minutos después, el taxi arribó al muelle, estaba tan emocionada como Chuck Noland —Cast Away— cuando lo rescataron.

—Buen día, señorita, ¿a dónde vamos? —me preguntó un apuesto y joven conductor, de unos treinta y tantos años, músculos bien marcados, con camisa perfectamente blanca, bermudas de dril azul índigo y unos ojos tan claros como el cielo que nos acompañaba ese día. «¿Acaso acá viven todos los chicos lindos de los Estados Unidos?».

—Buen día, señor, vamos a este lugar. —Le enseñé el mapa donde estaba marcado el rumbo, acompañada por nervios a lo desconocido, pero a la vez emocionada de saber que pronto se cumpliría uno de mis sueños de este viaje—. Pero, por favor, me espera en el desembarcadero por unos instantes y de regreso me lleva al muelle más cercano a la estación de trenes.

—Muy bien, ¿sabe la tarifa? —preguntó como quien no cree que tenga el suficiente presupuesto para pagar el error cometido.

—Sí, señor, la operadora indicó que son casi 60 dólares.

—Es correcto, entonces vamos a su destino; por favor, use el chaleco salvavidas que tiene al lado suyo.

Nos fuimos alejando poco a poco de la plataforma de madera. Desde el horizonte el pequeño poblado de pescadores empezó a desvanecerse hasta que solo se visualizaba una perfecta línea dividida en dos tonos azules: uno claro que correspondía al firmamento y uno oscuro, al océano. El ruido del motor del bote no me dejaba escuchar ni mis pensamientos, pero tenía un objetivo en mente y era lo único que importaba. Después de unos minutos de navegación, por la ventana del taxi alcancé a ver la silueta de una elegante infraestructura que sobresalía sobre cualquier otro aspecto del paisaje; formaba parte de mis lugares que ver antes de morir desde el 2008, cuando la vi por primera vez en aquella escena, y ese día estaba cerca de palparla; un cóctel de emociones revolvió mi cuerpo. Arribamos a un rústico atracadero de madera que contrastaba muy bien con el paisaje que lo rodeaba.

Salimos del bote, él aseguró la nave para que no se fuera de nuestra vista y, de inmediato, me hizo una leve introducción del lugar.

—¿Sabías que pocas personas vienen hasta este punto? Esta isla es más conocida por las playas que, desde el mes de mayo, visitan mayormente personas de la comunidad gay del Estado y sus alrededores.

—¡Oh, no tenía ni la más mínima idea! —contesté bastante sorprendida—. Bueno, yo vine seducida por este encanto que ves al fondo —le señalaba la torre que se encontraba a unos cuantos pasos de allí—. La encontré por casualidad, «o causalidad», en una secuencia romántica de unos de los filmes de Hollywood.

—Es verdad —me respondió mientras dirigía su mirada al paisaje y lo contemplaba—, este es un lugar propicio para un gran encuentro amoroso, ¿quieres ir a explorar? Aquí te estaré esperando, ¡ah!, pero… ¿quieres una foto?

—Sí, por favor —saqué la cámara del bolsito—, voy a cuadrarla para facilitarlo todo.

Después del retrato, salí por el camino entarimado rodeado de la más verde grama que jamás había visto. Me acerqué para ver mejor sus grandes franjas negras con blanco y aquella casa del lado, de bloques grises con techo rojo; todo encajaba muy bien con la arena dorada de la playa y el azul del cielo. Fue el faro más hermoso que jamás había visto hasta el momento, convirtiéndose en un sueño cumplido.

Parte de mi libro EE.UU. ¡De película! Parte I. pag. 35 – 42.

Inceptum

“Comer, rezar, amar”, “Salvaje”, “Bajo el sol de Toscana”, “Las últimas vacaciones”, “La vida secreta de Walther Mitty”, “El camino”; podría continuar con la lista en español de una serie de películas que he visto a lo largo de la última década de mi vida, filmes que te llevan a pensar realmente ¿Qué estás haciendo con tu vida? ¿Es esto lo que quieres hacer siempre?

Mi aventura por explorar parte del cono sur latinoamericano nació después de varias horas y días de meditación y profunda reflexión. Estuve a punto de renunciar a mi empleo como docente universitaria, vender la casa que acababa de comprar, volver al momento donde un año atrás había esparcido las cenizas de mi madre como señal de despedida e hice aquella promesa en el silencio de mi mente: que sería muy feliz. Estuvo presente ese deseo de decepción por todo lo que hasta el instante estaba viviendo y que ninguno comprendía más que mi propia conciencia.

Fue ese el momento cuando me di cuenta que era hora de emprender esta aventura, considerando eso sí, lo verdaderamente arriesgado y responsable que significaba iniciar mi escapada a tierras sureñas; la verdad no estaba en lo absoluto preparada para lo que me esperaba. Este viaje también estuvo dividido por etapas, por meses, por regiones, incluyó lugares de aquí y de más allá, todo sin cruzar el charco ni pasarme del Tapón del Darién.

Llegó el momento donde soporté fuertes cambios de clima y sus consecuencias en las extremadas ―cuasi fatales― maniobras aéreas de los aviones que abordé, los golpes y morados generados por las caídas y tropezones de los caminos agrestes por los que anduve o de los témpanos de hielo que exploré; el agotamiento y las privaciones a una exquisita comida ― ¡Dios! ¡Cuánto anhelé muchas veces un platillo de esos caseros que no tienen ningún valor monetario!―, la sed y el hambre que estuvieron presentes siempre, el extremo frío antártico y el sofocante calor de la selva, la soledad y las profundas conversaciones sobre lo que dejaba y realmente anhelaba; todo sucedió en los más de 10,000 km de recorrido que hice desde que me subí en el avión que partió de la calurosa, tropical, húmeda Barranquilla hasta el día que pisé nuevamente a suelo colombiano.

Mi regreso cargaba una mochila más pesada por los recuerditos que compré en algunos lugares, pero el alma más liviana gracias al abandono de mis miedos, rencores y traumas, en cada uno de los pasos que di en mi aventura sureña. Aprendí además que, un viaje no comienza cuando subes a un medio de transporte, el verdadero éxodo aparece cuando cansada de todo, tomé la decisión de irme.

He aquí el Inceptum de este episodio de mi vida, lleno de interrogantes, reflexiones, llanto y desesperación. No fue solo armar una talega con lo básico para no afectar mi hiperlordosis lumbar por el peso, o para darle motivos a la aduana de rebuscar lo que no existe; esta peripecia inició desde el instante en que empezaron las preguntas existencialistas, cansada de levantarme y salir a laborar ―y no me quejo de mi antiguo empleo, era bueno y bien remunerado―, mi dilema existencial iba más allá.

Un momento de impulso, de esos arrebatos fugaces que te lanzan a cometer locuras sanas, fue el que me golpeó aquella madrugada mientras revisaba un artículo que debía postular a una revista científica del área de mi experticia, en ese instante decidí ingresar a la página de mi aerolínea favorita y hacer uso razonable de las millas que había ganado tiempo atrás, escogí el largo receso académico que tenemos en la semana de Pascua ―Semana Santa o Semana Mayor, como se le conoce en mi país―, y elegí como destino el país de los alfajores, el tango y el mate: Argentina.

Lo que viví, ni siquiera MasterCard lo podría pagar…

Tambores alegres y viajeros

Barranquilla se alistaba para su jolgorio mundialmente conocido, aquel que se celebra 4 días antes de la cuaresma y que empata con el evento religioso del Miércoles de ceniza, haciendo que la expresión coloquial “el que peca y reza, empata”, cale perfectamente en esta pequeña ciudad colombiana. Yo, enemiga de los tumultos, alistaba mochila para huir de Curramba ese fin de semana; en esa ocasión, viajaría con mi padre.

—Hijo—así le digo a mi padre, tal vez porque es un travieso adulto mayor que a veces se comporta como un niño, je, je, je—, ¿ya alistaste todo para el viaje?, incluso ya tengo el mapa, el motivo y la música elegida para ambientar nuestro andar.

—No hija, ¿Qué necesito?

—Bueno, gran parte será bordeando el río Magdalena, así que primordial que lleves tu pantaloneta, lo demás ya lo conoces: ropa para el intenso calor de la región. Nuestro maestro y guía de viaje será el gran Rafael Escalona, él menciona varios poblados por aquí cercanos, también tenemos al maestro José Barros y otros tantos importantes compositores colombianos, así podremos entender de primera mano, muchas leyendas hechas canciones y aquellas inspiraciones que los llevaron a componer, ¿Qué dices si vamos en busca de esos lugares?

—¡Me parece genial, hija! — pude ver la cara de felicidad de papá, era un gran plan y todo lo que incluyera aprender más a través de los viajes, lo convertían en una auténtica aventura, haciendo honor a nuestro apellido—, podemos ir a Mompox…por ejemplo…

—¡Claro que sí! ¡Y conocer a la preciosa Momposina! — yo también estaba emocionada, no veía la hora de que arrancáramos—; voy a revisar a “copito de nieve”—así había bautizado cariñosamente al auto que teníamos, el apodo era más que lógico: se trataba de un mini color blanco que simulaba ternura—, y verificar que todo esté en orden para la ruta.

Después de la verificación, subimos las mochilitas en la parte trasera de “copito” y con la memoria extraíble en el radio del vehículo, empezamos nuestro viaje musical…

Primera melodía: Atlántico, interpretada por el creador del ritmo conocido como Merecumbé, el gran maestro Pacho Galán, ¿la razón?: tomamos la Ruta nacional 25 que atraviesa parte del departamento homónimo de la canción y del cuál haríamos una desviación para conocer un poblado con una inmensa riqueza histórica y cultural: San Basilio de Palenque.

Sí, muchos criticarán el camino largo, pero, ¿acaso no es hermoso tener el tiempo de conocer pueblitos que hacen parte de la letra de un tema pegajoso?, pues no se alcanzan a imaginar todo lo que vimos tanto en el camino como en el paso por los diferentes municipios y corregimientos que la rodean.

Esta historia continuará…

(Extracto de mi próximo libro; ¿te gustaría saber cuál será?, queda atento a las publicaciones que realizaré próximamente)

“Cineclub” y la educación de mi padre.

Para WARCO,

“No hay escuela igual que un hogar decente y no hay maestro igual a un padre virtuoso” (Mahatma Gandhi)

Pandemia COVID-19, exactamente en el mes de agosto del 2020, era el “mesario” del lanzamiento de mi primer libro publicado “EE.UU. de película” Parte I. Mi padre, un hombre jubilado del magisterio, sacó de su gaveta algo que lucía negro y cuadrado, estiró el brazo y me lo entregó «creo que esto lo vas a entender mejor que yo»; abrí mis ojos en señal de asombro pues no sabía lo que me estaba concediendo, así que lo tomé con ambas manos y leí lo que decía la parte frontal: «Cineclub»; fruncí el ceño.

—Y esto, ¿qué es?

—Algo que compré unos años atrás, pero que jamás entendí y que tenía allí guardado «porque en cualquier momento le podría servir a alguien»— esa patentada frase de los padres, excusa para guardar cosas.

Aún no entendía lo que pasaba, hasta que, en lugar de mirar, decidí observar con detenimiento cada detalle de lo entregado.

«David Gilmour; CINECLUB», al título lo acompañaba un gigante rectángulo blanco y el bosquejo de dos personas de espaldas, sentadas en lo que podría ser un sofá «¡Ah carajo!, ahora lo entiendo: eso simula una pantalla grande!», casi me quiebro la testa tratando de entenderlo.

Mas abajito «UN PADRE, SU HIJO Y UNA EDUCACIÓN NADA CONVENCIONAL», «¿qué pretenderá papá? ¿A mis casi 40 años le faltó algo por enseñarme?» mi mente rápida y desesperada seguía sin comprenderlo.

Mi padre es de esos hombres cuasi-setenteros, ferviente lector sin importar el género; su híbrida biblioteca contenía desde recetarios internacionales, pasando por libros sobre la psiquis humana hasta llegar a una colección de galardonados literatos universales, entre esos, estaba este libro.

Por los alrededores, sus hojas con pecas color café definían antigüedad, lo que produjo una agradable sensación gracias a mi bibliosmia, por inercia, lo hojeé rápidamente, así el olor salía como brisa fresca en las mañanas, no me importaron cuántos ácaros se impregnaron en mis vellos nasales, fui feliz.

La solapa anterior describe al autor mientras la posterior presenta una “sinopsis” del contenido; abrí la dedicatoria, o como actualmente le llaman: el “wink”: «Para Patrick Crean, motivo de indagación», me dije mientras continuaba a la siguiente página, la que exponía una frase de Michel de Montaigne «¿y ese quién es?».

Empecé a leerlo, interpretarlo, comprenderlo entre cada punto y coma que el autor relató y entonces percibí lo que mi papá quería decirme: mi cinefilia sin límites estaba casi contenida en las 300 páginas de este manual de instrucciones muy bien definido para adolescentes ―aunque insisto, ya casi llego a los 40. En términos generales, esta obra muestra cómo un padre desesperado por ver a su hijo adolescente que casi ha perdido el sentido a la vida, decide educarlo desde casa con una única condición: ver tres películas por día con un introito muy de director de cine y un final con reflexión tipo Freud.

Mi papá ama las películas, pero agradezco a mi madre que por los años noventa decidió crecer profesionalmente, dejándome bajo el cuidado de un instructor que, según el individuo, puede ser bueno o malo: el televisor; con tan solo 12 años y la mente fresquita para absorber cuanta información se me atravesara, empecé a ver clásicos de la pantalla grande, todos hollywoodenses, algunas veces mi padre contribuía llevándome al cine y no precisamente para ver los clásicos de Disney, no, no, no, más bien era disfrutar de toda la función bélica y sanguinaria interpretada por grandes como Bruce Willis, Al Paccino, Robert De Niro, Denzel Washington, Silvester Stalone, entre otros; otras veces las alquilaba para verlas en casa y esas sí que fomentaban mi gusto por el suspenso y el terror.

Al crecer, la cinefilia se fue refinando con el paso de los años, gracias a la lectura de la revista “Gaceta” ―un magazín dominical regional―, que anunciaba el arte hecho cine de clásicos de la literatura universal o de grandes guionistas y directores como Woody Allen, y entonces, ya con la mente más abierta y las ganas de devorar el mundo, vi tanta cinta cinematográfica como me fue posible, unas muy de premio Oscar, otras tan absurdas que me hicieron decir «¡Devuélvanme el dinero!».

Pero mi eureka fue este libro que papá me dio; he allí que todo lo vislumbré mucho mejor de lo que pensaba, que yo también me eduqué a través de la pantalla grande con clásicos como Scarface, The Shining, The Stepfather, The Godfather, Psycho, The Exorcist, y aunque suenan a títulos de terror y acción, cada uno me dejó enseñanzas sobre la psicología del ser humano y hasta dónde es capaz de llegar impulsado por un sentimiento de venganza, fobia, sobrevivencia, orgullo, poder o creencia.

Entendí que mi padre, al igual que David Gilmour, quería recordarme que esas películas que hemos visto juntos durante 32 años de vida —pues no puedo contar los que no recuerdo—, fue el refuerzo de la educación que ellos me dieron y que me ayudaron a comprender el mundo aun sin haberlo viajado.

Por eso, quiero darte las gracias a mi papá, por ser ese maestro de vida y ese apoyo constante en mis ideas y proyectos, aunque también sé las canas verdes que le he sacado, siempre será con quien comparta mis anhelos y mis temores, con quien disfrutaré cada película que veamos, ya sea en el cinema o en casa, a través de plataformas o en internet, siempre compartiremos esa cinefilia y es lindo que sea con él, mi progenitor.

Te amo por siempre, WARCO.

P.S.: No supe quién es Patrick Crean, solo sé que se trata de una edición, pero sí averigüé quién fue Michel de Montaigne, y claro, su frase tiene sentido, más si viene de un filósofo como él.

Mi génesis de aventura

1982; mis padres me contaron que para esa fecha aún estaban de luna de miel —dos meses después de la boda—, para sus vacaciones de Semana Santa decidieron ir a la paradisíaca isla de San Andrés, Providencia y Santa Catalina; aún eran jóvenes viajando en un lugar lleno de amor y paz, sentimientos crudos y exóticas playas de arena blanca y agua turquesa, que los invitó a jugar a «la abeja y la flor». En ese momento, los astros se habían alineado y el amor entre ambos desató el Big Bang de mi creación; nueve meses después, nací yo.

Podría decir que este fue el origen de mi espíritu viajero pues mi procreación se llevó a cabo en uno de sus viajes, desde entonces, mis regalos favoritos, mis planes favoritos y todo lo que me gusta, implica un viaje. Sumado al viaje de la semana de pascua, mientras mi madre me cargaba en su barriguita, “cometió el error”, de seguir viajando, de allí que en  mi ADN se encuentre el gen aventurero.

A partir de los 4 años, empezaron a llevarme un poco más lejos de los predios de la ciudad donde vivía. Fue solo hasta mis 7 años, con tres dientes menos y mucha más imaginación que la que tengo hoy, que tuve mi primera experiencia aérea, aún sonrío al recordar esa sensación de vacío en el estómago y presión en el oído. Lo que ustedes no saben es que ese momento feliz terminó en un incidente, ni eso evitó que quiera subirme a un avión.

A partir de entonces, ocurrieron una serie de desafortunados hechos viajeros que convirtieron mis viajes en historias de terror, suspenso, comedia y tragedia, anécdotas que compartiré con ustedes a través de este blog, por eso te invito a que sigas atento a mis publicaciones y no te pierdas ninguna de mis peripecias, en especial si quieres conocer qué incidente tuve con mi primera experiencia de vuelo…

Soy…

No hay historia más vibrante y triste a la vez, que aquella de Amelia Earhart, pues su espíritu rebelde, su pasión por explorar el mundo, sus ganas de probar nuevos platos, de hablar nuevas lenguas, de compartir culturas y demás, fueron razón suficiente para que creciera mi admiración por ella, aún más por su interesante y lamentable «desaparición»; para algunos una gran tragedia, para otros, enigma.

Fui creciendo — proceso tedioso para mis padres — y así también mi curiosidad, llegando a comparar mi vida con la de exploradoras como Jean Batten, Harriet Chalmers Adams, Beatrix Bulstrode e incluso la mismísima escritora Agatha Christie, quien exploró la antigua Mesopotamia; ¿conclusión?: encontré que estos personajes históricos tenían algo en común: la Aventura, ese «sustantivo» que proviene del latín adventura y que significa las cosas que han de venir, lo que de inmediato produjo un juego de palabras y acertijos en mi mente, pues, como algo venidero, puede ser positivo o negativo, como los viajes — tengan esto en mente para el penúltimo párrafo.

Y todo lo anterior, ¿a qué se debe? Déjame explicarte: años atrás escribía para una bitácora de trotamundos, fue mi borrador para lo que actualmente estoy haciendo, allí contaba muy a mi manera las cosas que vivía en los viajes que realizaba, ya fuera sola o acompañada, donde siempre terminaba pasando algo salido de lo común. Dos años y tantos días, horas y minutos después, así como cuando te levantas de la cama con el existencialismo al límite, decidí renunciar a mi «seguridad» y arriesgarlo todo, y cuando digo todo, ¡es todo!

Con los ahorros que tenía, me fijé metas y plasmé un calendario donde incluía cada paso y tarea que debía realizar para llegar hasta donde estoy justo ahora —en el viejo escritorio de la casa de mi padre— pues, así como cada cosa, incluso las inorgánicas como las rocas, tienen su tiempo y se van formando hasta alcanzar su máximo, así la vida misma, y después de buscar por cielo y tierra un editor que se apiadara de mi alma de escritora, lo encontré y publicó mi primera novela, la que cuenta en primera persona y tal cual como soy yo, todas las peripecias vividas en las adventuras de mi viaje a la costa noreste de los Estados Unidos de América.

Ahora, como soy «el mundo al revés», empecé este blog, mucho más tranquila mentalmente —cuestiones personales— y más organizada literariamente. Quiero dejar todo lo que mi mente piensa cada día durante 24 horas, que sea legado para aquellos que quieran reír de vez en cuando. Aquí reuniré de manera narrativa, mis verdaderos sueños, anhelos, traumas, emociones y demás, eso que el paso de los años y los más de 60.000 km que he recorrido me han dejado, algunas veces contado a través de mi alter ego Jadranka Ventura, personaje principal de mis obras, quien ejerce la profesión que siempre quise y que hace todo aquello que por diferencias mentales no he podido lograr o cumplir.

Así nace esta faceta de escritora … Amelia Ventura, pseudónimo que te invita a amar la aventura, que te adentres en un mundo donde no sabemos si nos irá bien o mal, pero que exploraremos y conoceremos, al final, serán momentos felices y riqueza.

En este blog te hablaré de viajes y todo lo que eso implica (música, historia, cultura, películas, libros, y mucho más), pero no te equivoques, no es una guía de turismo —aunque una vez pensé serlo —, ni pretendo darte consejos de qué hacer o a dónde ir, esa decisión te la dejo sólo a ti, yo tan solo te relataré lo que viví en ciertos lugares, mis experiencias y anécdotas.

¿Empezamos?