¡Atá uto begá!

Viajaba con mi padre hacia una de las rutas marcadas en el mapa y resaltadas con esencia. Como lo saben, esta travesía arrancó en Curramba, en busca de notas musicales y leyendas de la cultura colombiana.

Tomando la ruta 25 y el desvío presente rumbo a Gracias a Dios —y cuando pasas por ese lugar, entiendes el nombre de clamor designado al poblado—, dos horas y media, unos cuantos peajes y baches después, llegamos a San Basilio de Palenque, territorio que aún emana historia y porta el título de ser el primer pueblo emancipado de la época de la colonia en América, aquel donde los valientes esclavos africanos escaparon para vivir en libertad gracias a las hazañas del heroico Benkos Biohó.

El corregimiento conserva el lenguaje, el baile y la gastronomía de los cimarrones — esclavos rebeldes o fugitivos que vivían en palenques —. Cada calle, escuela, hospital o lugar que requiera un nombre, lo demuestra: todo está escrito en criollo palenquero, «qué privilegio tener este pedacito de alma africana en linderos de mi patria», pensé mientras papá seguía conduciendo buscando un lugar dónde aparcar y así empezar a explorar el corregimiento.

Así es, ni siquiera llega a los 5000 habitantes, pertenece a un municipio con el nombre de Mahates dentro del departamento de Bolívar — más conocido por su hiper turística capital: Cartagena de Indias—, y, desde el año 2008, fue declarado Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad.

—Mira, aquí en el parque principal, bajo ese gran árbol lo podemos dejar —le indiqué, considerando que el inclemente clima del lugar obliga incluso a que los autos también estén bajo la sombra, de lo contrario, se convierten en auténticas saunas rodantes.

Una vez que tomé mi cámara, los sombreros y la mochila con el agua, mi progenitor hizo el ya obligado protocolo de salvaguarda del vehículo y empezamos nuestro andar. Caminamos cada una de sus polvorientas calles que le dan un aire a Viejo Oeste y misticismo; algunos murales, además de ser auténticas obras de arte callejero, exponían fragmentos de escritos en aquella mezcla de español, bantú africano, portugués y francés, la única forma que encontraron para comunicarse y que hoy es un lenguaje admirado y protegido.

Las mujeres y los hombres aún usan ropa tradicional de lo que podría ser el suroeste de la República del Congo, la República Democrática del Congo o Angola. Al fondo se escucha un llamado de tambores, los seguimos hipnotizados, sin pensarlo, estábamos en el gran salón comunal.

En la entrada, un trío de hombres pulcramente bien vestidos, a los que me acerqué para averiguar de qué se trataba:

—Disculpe, ¿me podría explicar qué están haciendo?

—Claro que sí— respondió con un acento diferente al de los otros afrodescendientes que he escuchado— están realizando una pequeña muestra de un lumbalú— mis ojos se abrieron en señal de asombro, a lo que el señor comprendió que era ignorante de lo que decía—; es un ritual funerario acompañado de danzas, cantos, música y actuaciones y se hace en horas de la noche, por nueve días y así honramos al que se murió.

—Interesante… — papá parecía filosofo con su mano en la barbilla y procesando todo el contenido cultural de lo que estaba explicando aquel hombre.

—Sí, es algo muy de nosotros, aquí les estamos mostrando un pedacito de esto que hacemos, pero venga le cuento —el palenquero estaba animado a darnos la clase completa de historia en menos de una hora—, nosotros estamos seguros que uno después de morir, regresamos dos veces en el día a la casa, más o menos por nueve días siguientes, a las 6:00 a.m. y a las 5:30 p.m., entonces con los tambores llaman a la comunidad a esas horas, para que vengan a la casa y nos ofrezcan el lumbalú.

—De verdad que es una bonita tradición, ustedes ven la muerte como una transición positiva y alegre, deberíamos aprender, ¿no “apá“?— papá asentó con la cabeza y el palenquero aún más, claro, que siga la fiesta hasta después de muertos, así «sabroso morir»—. Disculpe una pregunta imprudente —allá voy con mi inquietud— ¿ustedes visten iguales, por…?

—¡Ah porque somos orgullosamente la Guardia Cimarrona! —su cara se iluminó diciéndolo—, nos encargamos de darle garrote a los que se porten mal—casi se me salen los ojos de escuchar lo que decía—, y corregirlos.

—Ah ya, como unos policías…

—No señorita, la policía es otra, aquí somos campesinos de día y guardianes de tarde.

—Una pregunta más — doña imprudencia va de nuevo, mi papá sudaba y no precisamente por el calor del lugar, más bien porque no sabe con qué voy a salir, el custodio me mira en señal de que lance la consulta—, ¿me permite sacarle una foto?, de verdad que lucen muy guapos y quisiera tener este hermoso recuerdo —el guardián no se creía tanto elogio, pero procedió. A los que les gusta la fotografía saben todo lo que debemos hacer por un registro único e irrepetible.

Sonó el clic de mi cámara, sonreía incluso más que el mismo retratado, la música y representaciones de fondo fueron el «soundtrack» que amenizó el momento, entre mapalé, auténtica champeta y otros ritmos alegres, nos fuimos alejando para continuar con nuestra exploración.

Niños corrían, jugaban con carritos improvisados, tapas, botellas, pelotas y todo lo que pudieran usar para entretenerse, de vez en cuando se veía una palenquera cargando la palangana llena de dulces tradicionales.

—¡Alegríaaa! ¡Caballitooos! ¡Cocaaadas! Llevo los enyucadooos— papá abrió los ojos, pues déjenme decirles que, él es fan de ese tubérculo que aún no me puede gustar.

—¡Señora! —el grito de papá, paralizó medio pueblo, por supuesto, la palenquera vino a nosotros, descargó su platón y nos lanzó la famosa frase vendedora colombiana:

—A la orden seño —señalaba con su mano el estante ambulante que cargaba sobre su cabeza—, le tengo cocadas, bolas de maní, enyucados, caballitos y alegrías, cuál quiere probar.

—Muéstreme el enyucado —él casi tenía la cabeza dentro del platón.

—Mire, este es, bien pueda pruébelo —no había terminado ella cuando papá ya llevaba medio mordisco, cerró los ojos en señal de satisfacción, esa expresión única de él que no sabes si es dolor o felicidad pero que al final significa complacencia.

—A mi deme una cocada, por favor— le pedí, ella la sacó de la ponchera y me la entregó en una bolsita plástica.

—Deme una bolsa de enyucado, por favor— solicitó mi papá.

—… Y de cocadas para mí— completé yo.

Él sacó la billetera para pagarle a la bellísima palenquera, estaba tan extasiada disfrutando de mi manjar, que olvidé la imprudente pregunta de la foto, sin embargo, mientras se fue alejando, logré inmortalizarla con mi cámara. Después de ese delicioso golosina palenquera, fue necesario pasarlo con agua, pues la garganta estaba seca de tanto acaramelado «esta es la cuota de dulce del año», pensé mientras el preciado líquido refrescaba todo mi cuerpo interiormente.

Los andenes estaban acompañados de animales peculiares, como el chivo y otros tantos, o de lugareños que “tomaban el fresco” de la calurosa tarde. Y entonces vi una mirada que reflejaba años de experiencia y picardía. Me acerqué con la cámara lista para la acción y le pregunté: ¿me permite fotografiarlo?

 Tan solo sonrió y posó.

Era su alma que me miraba fijamente, me sentí intimidada; charlamos un poco de lo que sabía sobre sus ancestros. No estaba solo, lo acompañaban dos hombres con miradas tan profundas que sentía ganas de indagar más sobre sus vidas pasadas y futuras. Les pedí que hablaran palenquero y lo hicieron, papá reía, yo no entendí ni jota, solo espero que aquello fuera una bonita expresión.

Con un fuerte apretón de manos, papá se despidió de los seductores, yo en cambio, solo alcé mi mano de lejitos e hice la señal de “adiós”, a lo que uno de ellos respondió ¡Atá uto begá!, entendí que me dijeron hasta luego en criollo palenquero, sonreí y seguí. 

Continuará…

Extracto de mi libro Soul.

Tambores alegres y viajeros

Barranquilla se alistaba para su jolgorio mundialmente conocido, aquel que se celebra 4 días antes de la cuaresma y que empata con el evento religioso del Miércoles de ceniza, haciendo que la expresión coloquial “el que peca y reza, empata”, cale perfectamente en esta pequeña ciudad colombiana. Yo, enemiga de los tumultos, alistaba mochila para huir de Curramba ese fin de semana; en esa ocasión, viajaría con mi padre.

—Hijo—así le digo a mi padre, tal vez porque es un travieso adulto mayor que a veces se comporta como un niño, je, je, je—, ¿ya alistaste todo para el viaje?, incluso ya tengo el mapa, el motivo y la música elegida para ambientar nuestro andar.

—No hija, ¿Qué necesito?

—Bueno, gran parte será bordeando el río Magdalena, así que primordial que lleves tu pantaloneta, lo demás ya lo conoces: ropa para el intenso calor de la región. Nuestro maestro y guía de viaje será el gran Rafael Escalona, él menciona varios poblados por aquí cercanos, también tenemos al maestro José Barros y otros tantos importantes compositores colombianos, así podremos entender de primera mano, muchas leyendas hechas canciones y aquellas inspiraciones que los llevaron a componer, ¿Qué dices si vamos en busca de esos lugares?

—¡Me parece genial, hija! — pude ver la cara de felicidad de papá, era un gran plan y todo lo que incluyera aprender más a través de los viajes, lo convertían en una auténtica aventura, haciendo honor a nuestro apellido—, podemos ir a Mompox…por ejemplo…

—¡Claro que sí! ¡Y conocer a la preciosa Momposina! — yo también estaba emocionada, no veía la hora de que arrancáramos—; voy a revisar a “copito de nieve”—así había bautizado cariñosamente al auto que teníamos, el apodo era más que lógico: se trataba de un mini color blanco que simulaba ternura—, y verificar que todo esté en orden para la ruta.

Después de la verificación, subimos las mochilitas en la parte trasera de “copito” y con la memoria extraíble en el radio del vehículo, empezamos nuestro viaje musical…

Primera melodía: Atlántico, interpretada por el creador del ritmo conocido como Merecumbé, el gran maestro Pacho Galán, ¿la razón?: tomamos la Ruta nacional 25 que atraviesa parte del departamento homónimo de la canción y del cuál haríamos una desviación para conocer un poblado con una inmensa riqueza histórica y cultural: San Basilio de Palenque.

Sí, muchos criticarán el camino largo, pero, ¿acaso no es hermoso tener el tiempo de conocer pueblitos que hacen parte de la letra de un tema pegajoso?, pues no se alcanzan a imaginar todo lo que vimos tanto en el camino como en el paso por los diferentes municipios y corregimientos que la rodean.

Esta historia continuará…

(Extracto de mi próximo libro; ¿te gustaría saber cuál será?, queda atento a las publicaciones que realizaré próximamente)